En nuestra cultura hispánica hay una antigua y venerada tradición que la encontramos formalmente acreditada de que el Apóstol Santiago el Mayor vino a predicar el Evangelio a España.
Sucedió que, en la noche del 2 de enero del año 40, vino María Santísima en cuerpo mortal a visitar al Apóstol Santiago traída por un coro de ángeles que cantaban a su Reina. Ella vivía con Juan en Éfeso desde donde se bilocó.
El apóstol Santiago estaba con sus discípulos fuera de la ciudad a orillas del rio Ebro. Los ángeles pusieron el trono de su Reina y Señora a la vista del apóstol que estaba en oración. Él contemplando la luz, y sensible a esta música angélica, distinguió la pequeña columna de mármol o de jaspe que traían consigo.
Desde la nube y trono, rodeada de ángeles de admirable hermosura, la Virgen le bendijo. El apóstol lleno de admiración y gozo, acogió esta visita como un regalo del Altísimo quedando muy confortado en lo interior y consolado, pues mucha era la dureza de los trabajos evangelizadores en estas tierras. Con este aliento materno en medio de su desánimo, prosiguiendo su tarea apostólica.
“He aquí el lugar, hijo mío, el lugar señalado para mi honra… Mira este Pilar enviado por mi Hijo, cerca del cual asentaras el altar de la capilla, en el cual por mis ruegos y reverencia, obrará señaladas maravillas el poder de Dios, y este Pilar estará en este lugar hasta el fin del mundo”.
La capilla construida con adobe en su origen, fue industria del Apóstol Santiago que la edifico con la ayuda de los siete que allí se convirtieron a la fe. En ella se guardó “la columna” como soporte del cristianismo, permaneciendo siempre en este emplazamiento.
María es la columna firme de nuestra fe, “contra la cual, rodando los siglos, se romperán las oleadas de las herejías, las nuevas persecuciones y la impiedad de los nuevos tiempos… Oh Madre piadosísima que desde lo alto de esa columna has presidido, dirigido y alentado la evangelización de un gran pueblo, a quien tan altos destinos estaban reservados en la historia de la cristiandad” (Pio XII).
Un ángel quedó encargado de velar y custodiar esta “casa de oración” que se ha mantenido en el tiempo como poderoso baluarte a pesar de la invasión de los bárbaros, de la dominación agarena, de la guerra de la Independencia y hasta del bombardeo en la noche del 3 de agosto de 1936, cuando dos bombas cayeron en su interior sin explotar, las cuales se conservan en la Basílica como testimonio del prodigio.
Esta venida de la Virgen en cuerpo mortal antes de su Asunción a los cielos en cuerpo y alma, no es mera leyenda. Lo constata los muchos prodigios que ha obrado bajo la advocación del Pilar.
Jesús llego a decir a los incrédulos que si no creían en Él como el enviado, que al menos creyeran por las obras (Jn 10, 38), ellas son las que acreditan. Lo mismo sucede con nuestra Madre, las conversiones y favores que ha dispensado son las que la acreditan. El más destacado y conocido fue “el cojo de Calanda” (1640), un hombre sin pierna que tenía la costumbre de untarse el muñón vendado con aceite de las lámparas que pendían de las columnas del templo; una noche, mientras dormía, soñando que estaba untándose con el aceite como acostumbraba, le fue restablecida la pierna con la que yacía enterrada. Esta noticia se divulgó de tal manera, que hasta el Rey Felipe IV visitó a este hombre y besó su pierna.
La devoción del pueblo a la Virgen del Pilar está tan arraigada entre los españoles y desde épocas tan remotas, que Clemente XII concedió a España la misa y oficio de la Virgen del Pilar en la que se consigna como «una antigua y piadosa creencia», y señaló el día 12 de octubre para su festividad, pero ya desde siglos antes, en todas las iglesias de España y entre los pueblos hispanos, se celebraba la venida de la Madre de Dios en carne mortal.
Pio VII aumento la categoría litúrgica de la fiesta, y finalmente Pio XII concedió a las naciones de América Latina el poder celebrar la misa y el oficio de la fiesta de Ntra. Sra. del Pilar y también elevó el templo al rango de Basílica Menor y fue nombrada Patrona de la Hispanidad. Reconocida así por San Juan Pablo II en su visita a Zaragoza en 1984 y en su visita a Santo Domingo con motivo de la conmemoración del descubrimiento de América.
El día 12 de octubre de 1942, precisamente cuando las tres carabelas de Cristóbal Colón avistaban las desconocidas tierras de América, al otro lado del Atlántico, los monjes jerónimos cantaban alabanzas a la Madre de Dios en su santuartio de Zaragoza, por lo que este día de la Virgen del Pilar, tiene gran repercusión en Hispanoamérica, cuyas naciones celebran la fiesta del descubrimiento de su continente testimoniando la vinculación fraterna que tienen por el Pilar con la patría española.
También un signo muy significativo que estrecha lazos con nuestra patria, fue la aparición de la Virgen de Guadalupe un día 12 de diciembre de 1531. Nuestra Madre se hace presente de nuevo para custodiar e impulsar la Evangelización de América.
«El Pilar» que nos legó la Virgen María, expuesto a la veneración, ha sido desgastado a besos por los muchos fieles que han peregrinado a lo largo de los siglos desde todos los rincones de la tierra para venerarla en este primer templo dedicado a Ella y agradecerle la fe que nos trasmite como Madre.
España fue consagrada al Corazón Inmaculado de María en 1954 ante Nuestra Señora del Pilar. Y posteriormente fue renovada esta Consagración por los obispos de España en el 2005.
Benedicto XVI escogió el lema: “arraigados en Cristo, firmes en la fe” para la Jornada Mundial de la Juventud (2011) que tuvo lugar en esta “Tierra de María” que es España, donde las palabras de San Pablo tienen una resonancia especial por ser el lugar donde se nos legó “el pilar” como sostén de la fe para edificar en Cristo (Col 2,7).