Tras el pecado original había un abismo entre los hombres y Dios, que no éramos capaces de franquear con nuestras fuerzas. Los esfuerzos de todos los hombres juntos no bastarían para reparar ni un solo pecado venial hecho a Dios porque la ofensa es infinita puesto que es hecha contra el infinito. La solución estaba fuera de nuestro alcance, solo podía hacerlo Dios, con su Omnipotencia, Justicia, Sabidurría y Amor infinitos. Jesús es el Cordero que quita el pecado, tiene la naturaleza humana capaz de satisfacer, expiar en nombre de los hombres y una naturaleza divina capaz de realizarla digna de Dios. A nosotros se nos pide cooperar en esta reparación asociados a su sacrificio. La reparación de Cristo no solo no excluye la nuestra, sino que la reclama, así es como ” se completa en nuestra carne lo que falta a la Pasión de Cristo”, a su Redención.
Primero y fundamental: No nos puede nacer el deseo de reparar y consolar a Jesús si pensamos que una vez resucitado y glorificado ya no sufre y está feliz en el cielo. Ciertamente que goza con la Iglesia Triunfante que ya goza con Él, pero sufre también con su Iglesia Militante, “cuyas almas muchas se pierden por no tener quien se sacrifique y rece por ellas” (palabras de la Virgen en su cuarta aparición en Fátima).
Cristo ha pagado nuestro rescate a precio de su Sangre y muchos la desprecian, rehúsan la salvación y esto es un dolor. La Redención aún no está completa; sí en su cabeza, pero no en su cuerpo místico, por eso es lógico que Jesús siga sufriendo y nosotros tengamos que reparar.
Otra cosa muy importante que es necesario entender es que el Cuerpo de Jesús, una vez resucitado y glorificado, ya no está sujeto a las leyes físicas como el nuestro, por eso antes de ascender a los cielos, cuando se aparecía a los discípulos reunidos y se ponía en medio de ellos, no tenía barreras físicas de una puerta y estas cosas. Esto no significa que sea un fantasma como pensaron que era, no es un espíritu, tiene realidad corpórea. Por eso, para que salgan de dudas les pide a los apóstoles algo de comer, esto no lo puede hacer un espíritu, tampoco dejarse tocar. Es un cuerpo real y palpable, pero que está glorificado.
En la Hostia consagrada ocurre lo mismo. No se le puede hacer daño físico porque es un cuerpo glorificado, como no le hizo daño Tomás metiendo su mano en el costado, nos hacen esto a nosotros y nos matan. Lo que a Jesús le duele es el sufrimiento moral, su dolor es un dolor de Corazón, el rechazo y desprecio hacia su Persona. Como nos duele a nosotros los desprecios sin que nos toquen un pelo. No le duele físicamente que le pisen en la Hostia o que le tiren al suelo y esas cosas… lo que le duele en el alma es la intención del que ha querido hacerle daño. Por eso tenemos que desagraviar la herida de su Corazón ante profanaciones y sacrilegios, ante las ofensas que recibe de todo tipo por el pecado, pero especialmente en la Eucaristía.
¿Qué es reparar entonces?
Diccionario: “Procede de la palabra latina “reparare”, y significa preparar de nuevo, restaurar. Según Benedicto XVI “reparar es compensar el daño causado por nuestro pecado o el de los demás. Significa restaurar lo que injustamente fue tomado compensando con mayor amor y generosidad el egoísmo que causo la injuria”.
Aunque nuestro amor sea pequeño e imperfecto, nosotros debemos ser intrépidas “Verónicas” a las que no les paralice el miedo ni las represalias de los soldados para confortar las heridas de Jesús; al contrario, movidas por por la compasión, tenemos que decidir amar en medio de toda esa multitud movida por el odio y la indiferencia. Esto es reparar, enjugar su Rostro es enjugar su Corazón sangrante y dolorido. Ofrezcamos nuestras oraciones y sacrificios al Altísimo, especialmente el sufrimiento que nos viene en la vida.
Los que reparan arriesgando sin miedo, valientemente, reciben el premio de la Verónica: su Santa Faz, reflejo de su Corazón, quedó impreso en su velo. El velo significa la interioridad, es así que llevaran grabado a fuego este Amor no amado dentro de sí y ya no vivirán más que para contentar a su Dios, vivirán para recoger su Sangre y con ellas almas que no se pierdan.
“¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores? tendréis que sufrir mucho, pero la gracia de Dios os fortalecerá”. Esta es la invitación que hace la Virgen a los pastorcitos para que se conviertan en víctimas. El Apóstol San Pablo nos exhorta a ofrecernos como “hostias vivas agradables a Dios” (Rm 12). Se trata de tomar el oficio de Jesús, de sacerdote y víctima propiciatoria y, en mayor o menor grado, según el Señor le llame, “completar así en nuestra carne lo que falta a la pasión de Cristo” (Col 1,24-28) como miembro vital de su cuerpo místico. Sin cruz no hay gloria, son las dos caras de una misma moneda, un cristiano no es enemigo de la Cruz, si no “que toma parte en los trabajos de Cristo”, que dice San Pablo, colabora a la Redención.