Veamos los tres tipos explicados por el P. Mendizábal, S.J que se reflejan en el mensaje de Fátima:
Primero es la reparación negativa, evitar el pecado para evitar la ofensa. Esta es la gran preocupación de Francisco que quiere consolar a Jesús tan ofendido y triste. Para eso va a procurar evitar todo pecado (mortal y venial), y trabajará para evitar que otros pequen y ofendan a Dios. Nada de manchar el Amor.
Lucía advierte «que muchas juzgan el sentido de la palabra penitencia por grandes austeridades, y no sintiendo fuerzas ni generosidad para ello, se desaniman y se rinden a una vida de tibieza y de pecado, y que lo que Nuestro Señor quiere es el sacrificio que de cada uno exige el cumplimiento del propio deber en la observacia de la ley, esa es la penitencia que ahora pide y exige”.
Segundo es la reparación afectiva que consiste en consolar: “Consolad a vuestro Dios”, son palabras del ángel que calaron vivamente en Francisco y orientaron toda su vida, no vivirá para otra cosa. Consiste en investir o impregnar de amor todo lo que hagamos para que Jesús desvíe la mirada de nuestras ofensas y las de los demás y mire solamente nuestro amor y nuestras buenas acciones. Aquí ya no es una voluntad de precepto, como la anterior reparación, si no que es una voluntad de beneplácito. Buscamos el agrado de Dios en todo lo que hacemos.Este será nuestro objetivo.
Por otra parte, el amor de Cristo se nos manifiesta particularmente en la Eucaristía donde está presente en Cuerpo, Sangre Alma y Divinidad. En su presencia sacramental es donde recibe las mayores ofensas, y por eso, es ahí donde desea tener sus amadores, sus almas eucarísticas. Por eso, Jesús le pide a Sta. Margarita practicas reparadoras eucarísticas: La Hora Santa y las comuniones reparadoras. En Fátima, la Virgen avisa que “vendrá a pedir la comunión reparadora de los primeros sábados” (13 Julio 1917), sigue insistiendo en la reparación eucarística.
El ángel, en la tercera aparición, les invita a los pastorcitos a una comunión reparadora: “Tomad el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”. Jesús reclama almas con verdadero deseo de unirse a él comulgando en gracia porque son muchos los que no se acercan a comulgar, otros tantos que se acercan tibiamente y otros muchos que comulgan haciendo sacrilegio (en pecado mortal).
El ángel postrado en adoración ante la Eucaristía les enseña un acto de reparación eucarística que podemos acostumbrarnos a repetir muchas veces: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo os adoro profundamente y os ofrezco el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del Mundo en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y el Corazón Inmaculado de María os pido la conversión de los pobres pecadores”.
También en la coronilla de la Divina Misericordia, Jesús le enseña a Sta. Faustina un acto de reparación muy parecido recordando la Pasión: “Padre eterno yo os ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación por nuestros pecados y los del mundo entero”.
Y tercero es la reparación aflictiva, que es la expiación de los pecados, los nuestros y los de los demás. Para curar las heridas abiertas en el Corazón de de Jesús por el pecado cometido, hay que ofrecer una satisfacción que la expíe, es decir, un sacrificio; bien el sufrimiento que nos viene en la vida o la penitencia que hagamos nosotros (catecismo 1459 y 1460).
La Virgen les dice: “Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, y en especial cuando hagáis un sacrificio: Oh Jesús es por tu amor, en reparación a las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María y por la conversión de los pecadores”. En este espíritu de sacrificio destaco Jacinta con matricula de honor. Llevada por la preocupación de la salvación de los pecadores y con deseos de desagraviar el Corazón de María y ayudar al Papa, de todo ofrecía un sacrificio.
Santa Faustina dice respecto a la expiación que “la Misericordia de Dios no lo quiere pero su justicia lo exige”. En Éxodo 34, 6 tenemos la contestación de Dios: “Dios compasivo y misericordioso lento a la cólera rico en piedad y lealtad que perdona la culpa, el delito y el pecado, pero no los deja impunes”. Cuando hay arrepentimiento sincero, dolor de nuestros pecados, y propósito de enmienda, por su gran misericordia se nos perdona la culpa, pero la pena exige una satisfacción para restituir el orden roto, la herida hecha. Si la pena no la hemos expiado en esta vida, se expía en el purgatorio. De ahí el regalo que son las indulgencias plenarias que perdonan no solo la culpa, sino también la pena.
Lucía pregunta cómo han de sacrificarse, el ángel contesta: “de todo lo que pudierais ofreced un sacrificio como acto de reparación por los pecados cuales Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así hacia vuestra patria la paz… Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe”. También San Pablo en una carta a Timoteo habla de “soportarlo todo por los elegidos, para que alcancen la salvación” (2Tim 2,10), “soportar” según el P. Mendizabal consiste en superar el dolor aceptándolo con amor, y asumiéndolo con la actitud redentora de Cristo.
Nos dice Lucía: “Estas palabras hicieron una profunda impresión en nuestros espíritus como una luz que nos hacía comprender quien es Dios, como nos ama y desea ser amado, el valor del sacrificio, cuanto le agrada y como concede en atención a esto la gracia de conversión a los pecadores”.
Este tipo de reparación es una asociación a Cristo Crucificado. Hay llamadas a una especial vinculación dolorosa con Cristo, no solo a nivel físico sino también espiritual y moral, ahí tenemos almas como Teresita, Alexandrina, el Padre Pio estigmatizado, los pastorcitos, etc. Hay grados en esta llamada, aunque el común de los mortales responde a ella en una vida ordinaria con el sacrificio de cada día, acogiendo las contrariedades y sinsabores de la vida, y el sufrimiento que tarde o temprano nos llega a todos por una enfermedad o alguna prueba,
Sin embargo, cuando el Señor invita a este camino a los pastorcitos, derrama en el corazón de sus escogidos gracias especiales de unión, propias de quienes tienen que llevar adelante este sacrificio, por eso ellos recibieron la gracia de esa luz en la que se vieron en Dios, y otra serie de gracias unitivas. Dios da antes de exigir. En el grupo de los 12 discípulos, solo tres fueron escogidos para entrar en la agonía de Jesús en Getsemani, con estos el Señor derramo gracias especiales en la Transfiguración en el Monte Tabor y en la resurrección de la hija de Jairo. Sin embargo, de estos tres, solo San Juan se mantiene al pie de la Cruz porque solo él recostó la cabeza en el pecho de Jesús y experimentó los latidos de Amor de su Corazón.
La razón de las penitencias voluntarias que escogían los pastorcitos, no eran un capricho humano, si se ponían la soga, y regalaban su almuerzo a otros niños y aguantaban la sed sin querer beber es porque han comprendido que la Pasión de Cristo es un sacrificio voluntario. A Jesús nadie le quita la vida, Él la da; por eso escogen el sufrimiento voluntario para ofrecerse como Jesús.
El P. Mendizábal dice que nuestro amor es demasiado frio y que nuestra pureza está manchada para que sea grata reparación, entonces ¿qué debemos hacer? valernos del amor y pureza del Sagrado Corazón de Jesús ofreciéndonos unidos a su sacrificio en la Santa Misa, debemos ser la gotita mezclada en el vino, ahí ponemos lo poquito que podemos ofrecer: nuestros sacrificios, acciones del día, todo lo que somos y tenemos unido al sacrificio de Cristo. Lo que le ofrecemos, que es muy insignificante, se convierte en oro de caridad en favor de nuestros hermanos ¡alcanza un valor infinito!
La reparación, nos dice el P. Mendizábal, que “es colaboración a la Misericordia de Dios”.
Pero no podemos colaborar bien sin la actitud de Jesús en «el prendimiento» cuando se pone a restaurar la oreja del siervo del sumo sacerdote como lo más importante que tenía que hacer en ese momento. Él no anda pensando en sí mismo, no cae en un victimismo. Él siempre está pensando en el bien de los demás aun llegada su hora más dramática. Está es la actitud que hay que adoptar si queremos restaurar las heridas de la humanidad. Con nuestras oraciones y sacrificios nos convertimos en una «vía en vena» que conecta la Misericordia de Dios con las heridas del pecado. Así es como ayudamos a restablecer la salud espiritual de los que enfermaron con sus pecados para velar por su conversión.
Los pastorcitos tuvieron que ser reprendidos para aprender esta lección, porque cuando se dedicaban a jugar, el ángel les dijo: “¿qué estáis haciendo? Rezad! Rezad mucho! Los corazones de Jesús y María tienen sobre vosotros designios de Misericordia. Ofreced constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo!” Puede parecer un poco exagerado por parte de Dios reprender a unos niños por jugar, lo normal es que unos niños jueguen, pero no si esos niños han sido escogidos como “propiciatorios”, como templos expiatorios vivos. Es entonces que no se puede perder el tiempo en juegos porque “los Corazones de Jesús y María tienen designios de Misericordia por medio de ellos” (2ª Aparición del ángel).
Esta luz nos hace entender el Templo Expiatorio que tenemos en la Basílica Nacional de la Gran Promesa en Valladolid, una realidad que no es para entregarse al juego, si no para responder a la urgencia de la reparación. Este templo está consagrado para ser unos Valiños de Fátima y nosotros unos pastorcitos que reparen según las enseñanzas del ángel: con la adoración y las comuniones reparadoras.