Rosario del Camino de María por San Juan Pablo II

INTRODUCCIÓN AL SANTO ROSARIO

 En el nº 24 de  la CARTA APOSTÓLICA ROSARIUM VIRGINIS MARIAE  el Papa S.JUAN PABLO II en el apartado que titula De los ‘misterios’ al ‘Misterio’: el camino de María,  nos dice:

Los ciclos de meditaciones propuestos en el Santo Rosario no son ciertamente exhaustivos, pero llaman la atención sobre lo esencial, preparando el ánimo para gustar un conocimiento de Cristo, que se alimenta continuamente del manantial puro del texto evangélico. Cada rasgo de la vida de Cristo, tal como lo narran los Evangelistas, refleja aquel Misterio que supera todo conocimiento (cf. Ef 3, 19)

El Rosario promueve este ideal, ofreciendo el ‘secreto’ para abrirse más fácilmente a un conocimiento profundo y comprometido de Cristo. Podríamos llamarlo el camino de María. Es el camino del ejemplo de la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es al mismo tiempo el camino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une Cristo con su Santa Madre: los misteri1379887_10151946343096162_1019534230_nos de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando Ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que Ella vive de Él y por Él. Haciendo nuestras en el Ave María las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1, 42)

Hoy siguiendo las enseñanzas de nuestro querido S. Juan Pablo II vamos a meditar y rezar el Santo Rosario con los misterios del camino de María.

CONTEMPLAMOS LOS MISTERIOS DEL CAMINO  DE MARÍA

PRIMER MISTERIO: María escucha la palabra de Dios y la guarda en su corazón

“María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón”. (Lc. 2, 19).

San Lucas ha mostrado cómo María ha sido el modelo de escucha de la Palabra de Dios y de docilidad generosa.

San Lucas nos dice que María «guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19). […], la Virgen, gracias a su fe, mantiene vivo el recuerdo de los acontecimientos relativos a su Hijo y los profundiza con el método de la meditación en su corazón, o sea, en el núcleo más íntimo de su persona. De ese modo, ella sugiere a otra madre, la Iglesia, que privilegie el don y el compromiso de la contemplación y de la reflexión teológica, para poder acoger el misterio de la salvación, comprenderlo más y anunciarlo con mayor impulso a los hombres de todos los tiempos.

(Juan Pablo II Audiencia General Miércoles 20 de noviembre de 1996)

Ofrecemos este misterio por la Iglesia Universal: Para que sea santa e inmaculada en todos y cada uno de sus miembros. Por la Iglesia divida, para que Dios la lleve por caminos de renovación hacia la unidad y conversión y pueda dar testimonio para que el mundo crea.

SEGUNDO MISTERIO: Jesús desde la cruz proclama Madre a María

“Jesús, viendo a su Madre, y junto a Ella al discípulo que Él amaba.  Dijo a su Madre: mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: he ahí a tu Madre”  (Jn. 19, 26-27).

Las palabras de Jesús: «Mujer, he ahí a tu hijo», permiten a María intuir la nueva relación materna que prolongaría y ampliaría la anterior. Su «sí» a ese proyecto constituye, por consiguiente, una aceptación del sacrificio de Cristo, que ella generosamente acoge, adhiriéndose a la voluntad divina. Aunque en el designio de Dios la maternidad de María estaba destinada desde el inicio a extenderse a toda la humanidad, sólo en el Calvario, en virtud del sacrificio de Cristo, se manifiesta en su dimensión universal.[…]

En esta opción del Señor se puede descubrir la preocupación de que esa maternidad no sea interpretada en sentido vago, sino que indique la intensa y personal relación de María con cada uno de los cristianos.

Ojalá que cada uno de nosotros, precisamente por esta maternidad universal concreta de María, reconozca plenamente en ella a su madre, encomendándose con confianza a su amor materno.

(Juan Pablo II Audiencia General Miércoles 23 de abril de 1997)

Ofrecemos este misterio por el Santo Padre: Para que Dios rico en misericordia, custodie su persona y ministerio en la fidelidad al Magisterio y Tradición de la Iglesia, y sea benigno ante sus debilidades, propias de su condición humana.

TERCER MISTERIO: María abraza el cuerpo muerto de Jesús

“Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!” (Lc. 2, 34-35a)

El anuncio de Simeón parece como un segundo anuncio a María, dado que le indica la concreta dimensión histórica en la cual el Hijo cumplirá su misión, es decir en la incomprensión y en el dolor. Si por un lado, este anuncio confirma su fe en el cumplimiento de las promesas divinas de la salvación, por otro, le revela también que deberá vivir en el sufrimiento su obediencia de fe al lado del Salvador que sufre, y que su maternidad será oscura y dolorosa.

Por medio de la fe la Madre participa en la muerte del Hijo, en su muerte redentora; pero a diferencia de la de los discípulos que huían, era una fe mucho más iluminada. Jesús en el Gólgota, a través de la Cruz, ha confirmado definitivamente ser el « signo de contradicción », predicho por Simeón. Al mismo tiempo, se han cumplido las palabras dirigidas por él a María: « ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! ».

(JUAN PABLO II nº 16 y 18 CARTA ENCÍCLICA REDEMPTORIS MATER)

Ofrecemos este misterio por todos los cristianos: Para que seamos fieles a nuestra condición de hijos de Dios. Por aquellos cristianos que sufren persecución y martirio por su fidelidad a Cristo, para que su sangre derramada no sea infecunda y se constituya en germen de santidad para la iglesia y el mundo.

CUARTO MISTERIO: María cree y espera la resurrección de Jesús

“Bienaventurada Tú que has creído, porque tendrán cumplimiento en Ti las promesas que se han hecho de parte del Señor” (Lc. 1, 45).

En la expresión « feliz la que ha creído » podemos encontrar como una clave que nos abre a la realidad íntima de María,[…] « avanzó en la peregrinación de la fe » y al mismo tiempo, de modo discreto pero directo y eficaz, hacía presente a los hombres el misterio de Cristo. Y sigue haciéndolo todavía.

(JUAN PABLO II nº 19 CARTA ENCÍCLICA REDEMPTORIS MATER)

Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María «es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección»   

(Catequesis durante la audiencia general del 3 de abril de 1996,  n. 2: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de abril de 1996, p. 3).

La espera que vive la Madre del Señor el sábado santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.

(Juan Pablo II Audiencia General Miércoles 21 de mayo de 1997)

Ofrecemos este misterio por los que no creen o han deja de creer pese a las obras y enseñanzas de Jesús porque prefieren vivir entregados al pecado resistiéndose al Amor de Dios (Jn 16, 9). Por los que usurpan el Nombre de Dios arrastrando a muchas almas a falsas doctrinas (Mc 13,5); y los que abusan de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía.

QUINTO MISTERIO: María se encuentra con Jesús resucitado

“El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: Vosotras  no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado” (Mt. 28, 5-7).

La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16, 1; Mt 28, 1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron fieles al pie de la cruz y, por tanto, más firmes en la fe. […]Tal vez, también este dato permite pensar que Jesús se apareció primero a su madre, pues ella fue la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe.[…], el carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la Resurrección. […] Por ser imagen y modelo de la Iglesia…, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también ella de la plenitud de la alegría pascual.

(Juan Pablo II Audiencia General Miércoles 21 de mayo de 1997)

Ofrecemos este misterio por los que sufren: Por todos aquellos que viven configurados a Cristo crucificado en el cuerpo o en el espíritu, para que sostenidos en su debilidad y ofreciendo sus sacrificios, cooperen con Cristo en la redención del mundo.